El deseo de volar es tan antiguo como el hombre; entonces ¿por qué reprimir tus deseos?
Pensá... despega el avión, toma altura, se abre la puerta y estás a miles de metros del suelo…y saltás. Caés a 250 km por hora y quemás adrenalina como nunca antes en tu vida. Y segundos antes del final…todo se aquieta y volás plácidamente para aterrizar minutos después en un verde pasto.